



En una época de tanta indigencia intelectual y degradación moral como la que vivimos, una época signada por la «posverdad», la desinformación y el relativismo, no es de extrañar que la falsedad se intercambie y confunda con la verdad o que, la mayoría de las veces, por medio de la manipulación de la información, aquella predomine sobre ésta. Existe consenso en afirmar que las redes sociales son el principal medio de propagación de las noticias falseadas, las famosas «Fake News», es decir, un tipo de bulo de contenido aparentemente informativo pero que ha sido creado con la intención de desinformar y confundir a la opinión pública. Los bulos o informaciones trucadas y fraudulentas, han logrado que, actualmente, la opinión pública relativice a la información fidedigna, que hasta la contraste con la falsa información y albergue dudas sobre cualquier información real que se difunda. No cabe duda de que las informaciones falsas han modificado definitivamente las relaciones entre el público y los medios informativos. Hoy día cualquier falsedad puede ser creída como una verdad y la verdad descreída como si fuese una falsedad.
El 29 octubre, 2020 leí el artículo del señor Juan José Domínguez Ponce de León, «Son falsas las afirmaciones de Chinda Brandolino sobre la vacuna contra el nuevo coronavirus», publicado en el sitio «Chequeado». Con un enorme rótulo rojo que en su interior encierra la palabra «Falso» este opinólogo pretende descalificar a una médica experimentada. El artículo entonces me chocó por el enfoque sesgado y prejuicioso del periodista, razón por la que deliberadamente postergué una respuesta hasta obtener datos científicos serios y objetivos que confirmaran o refutaran a la médica argentina. La situación se agrava cuando vemos que el señor Juan José Domínguez Ponce de León, editor del sitio de «fact-checking», «Chequeado», la primera web argentina dedicada a la verificación de información y especializada en el análisis y detección de noticias falsas publicadas por los medios de comunicación, hace alarde de un inaudito descaro al atreverse a clasificar como «Fake News» las informaciones brindadas por dos médicos argentinos de acreditada formación y trayectoria académica como la Dra. Chinda Brandolino y el Dr. Luis Marcelo Martínez.




A esta altura nadie ignora que «1984» la novela distópica de George Orwell describe el clima opresivo que domina Oceanía, un país dominado por el régimen represor de un gobierno totalitario que mantiene bajo constante vigilancia a sus ciudadanos e, incluso, insiste en espiar todos sus movimientos, fuera y dentro de sus domicilios, en las escuelas y las fábricas o lugares de trabajo, e incluso llega a controlar sus pensamientos para mantener el orden. Si bien se dice que en esta novela el escritor británico, un marxista disidente de ideología trotskista, denunciaba las medidas autoritarias puestas en práctica por dictaduras del siglo XX como las de Franco y Stalin. Sin embargo, en el siglo XXI, China parece encarnar a la perfección ese Estado Policial descrito en la novela, mucho más que cualquier otro régimen totalitario anterior. Si el régimen totalitario estalinista estableció en la Unión Soviética un modelo de sociedad comunista que sustituyó la utópica «Dictadura del Proletariado» propuesta por Karl Marx por una férrea «Dictadura de Burócratas», el régimen totalitario chino ha ido mucho más lejos imponiendo un modelo de sociedad comunista dominado por una «Dictadura de Tecnócratas». Esta es la impresión que tuve luego de ver «China: ¿Estado policial o laboratorio del futuro?» el excelente documental realizada por la Deutsche Welle [DW].




Dueña de una personalidad interesante, Victoria Woodhull (1838-1927) fue la primera mujer que en 1872 se proclamó candidata a la presidencia de Estados Unidos como forma de reclamar el voto femenino. También fue una gran figura de las altas finanzas, se la considera como una de las primeras mujeres brokers que operaron en Wall Street. Sus convicciones feministas están claramente expresadas en estas líneas: «Every woman knows if she were free, she would never bear an unwished-for child, nor think of murdering one before its birth». [«Cada mujer sabe que si fuera libre, nunca tendría un hijo no deseado, ni pensaría en asesinarlo antes de su nacimiento»] Cité este pensamiento, tomado del sitio ClinicQuotes, dirigido por Sarah Terzo, para mostrar que Victoria Woodhull no tenía un ideario distinto al de las feministas posteriores, también era partidaria de la libertad sexual de la mujer y del divorcio, incluso consideraba a la maternidad como una esclavitud y creía que ninguna mujer debía ser obligada a ser madre, pero en tanto la mujer tomara provisiones para no quedar embarazada.
Como partidaria del «amor libre» y la «emancipación sexual» de la mujer, sostuvo puntos de vista que muchas feministas de hoy día suscribirían. En aquel tiempo «amor libre» significaba que la mujer pudiera casarse con quien quería, ser dueña de su cuerpo, tener o no tener hijos a voluntad. Sobre la emancipación sexual de la mujer, Victoria Woodhull escribió: «Si las mujeres pasan de la esclavitud a la libertad sexual, a tener el control y posesión de sus órganos sexuales, el hombre estará obligado a respetar su libertad». Y respecto al matrimonio sostuvo también: «Tengo el derecho inalienable, constitucional y natural de amar a quien yo quiera por el tiempo que pueda y ninguna persona ni ley está autorizada a intervenir en este derecho». El «amor libre», o derecho de amar a quien la mujer quiera y por el tiempo que pueda, era un pedido explícito del divorcio. Aunque su ascendencia en el movimiento feminista iba en aumento, no siempre las demás feministas estaban de acuerdo con todas sus ideas. Susan B. Anthony, por ejemplo, una de las pioneras que tenía una gran influencia, desconfiaba de sus métodos de lucha y rechazaba sus «escandalosas» ideas sexuales, pero estaba de acuerdo con el derecho al sufragio femenino.
Versión española
traducida del inglés de Luis Alberto Vittor
Es difícil discutir con esa antigua justificación de la prensa
libre: «El derecho de América a saber». Parece casi cruel preguntar,
ingenuamente, «¿El derecho de América a saber qué, por favor? ¿La ciencia? ¿Las
matemáticas? ¿La economía? ¿Las lenguas extranjeras?». Ninguna de esas cosas, por supuesto. De
hecho, cabe suponer que el sentimiento popular es que los estadounidenses están
mucho mejor sin ninguna de esas tonterías. Hay un culto a la ignorancia en
Estados Unidos, y siempre lo ha habido. La cepa del anti-intelectualismo ha
sido un hilo constante que serpentea por nuestra vida política y cultural,
alimentado por la falsa noción de que la democracia significa que «mi
ignorancia es tan válida como tu conocimiento».
Los políticos se han esforzado habitualmente por hablar la lengua
de Shakespeare y Milton de la forma menos gramatical posible para evitar
ofender a su público dándoles la impresión de haber ido a la escuela. Así,
Adlai Stevenson, que incautamente permitió que la inteligencia, la educación y
el ingenio se asomaran a sus discursos, se encontró con que el pueblo
estadounidense acudía en masa a un candidato presidencial que inventó su propia
versión de la lengua y que ha sido la burla de los satíricos desde entonces.
George Wallace, en sus discursos, tenía como uno de sus
principales objetivos al «profesor cabeza de chorlito»,1 y con qué clamores de
aprobación esa frase despectiva era siempre bien recibida por su auditorio
«cabeza de chorlito».
Es la pregunta que me hago cada vez que —a través de un constante bombardeo publicitario—, la principal red social me ofrece promocionar mis modestas publicaciones para alcanzar un mayor número de personas o aumentar mi cantidad de seguidores comprando desde 7000, 8000 o 9000 hasta 18.000 likes. Todos sabemos que en la vida hay más cosas que comer, dormir y trabajar. Es normal que para desconectarnos de las tensiones de la rutina diaria los seres humanos necesitemos algún momento de esparcimiento, dedicando nuestro tiempo a alguna otra cosa que hagamos por simple placer. Y es por esta razón que algunas personas buscan un pasatiempo, en entretenimiento, un hobby, como aprender a tocar un instrumento, ir al cine o ver películas en su casa, anotarse en algún curso de actuación o de idiomas, jugar al tenis o juntarse con amigos para una partida de naipes o dados, algo que le ayude a socializar, pasar un momento agradable y crecer como persona.
Siempre valoré mis momentos de ocio. Ocio no es desocupación. El ocio es el tiempo libre que nos queda luego de cumplir con nuestras obligaciones laborales y familiares. Quizás por esta arraigada convicción personal de que el ocio no es negocio, no comprendía esa tenaz insistencia de Facebook para promocionar mis publicaciones (publicidad paga) e intentar convencerme de que convierta ese ocio en negocio. En mi afán de explicarles que mis publicaciones en mi página, era sin fines comerciales, le dirigí al Team Facebook varios mensajes aclarándole que no era el director de una empresa editorial ni la página un emprendimiento comercial. Por respuesta, recibí un mensaje de Facebook que me daba orientaciones en apariencia de utilidad que, en el fondo, no me solucionaban el problema ni me explicaban lo que necesitaba saber. En vez de ello, recibía nuevas sugerencias donde Facebook aumentaba sus ofertas, redoblaba sus esfuerzos para convencerme que mi ocio podía ser negocio, que me convenía publicitar mis promociones para alcanzar una audiencia masiva o un público personalizado. Sinceramente, creí que mi inglés era tan deficiente que no lograba hacerme entender o que los empleados del «servicio de ayuda» de Facebook eran chinos o indonesios y que por eso les costaba captar algo tan simple como mi mensaje.