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Luis Alberto Vittor | El Estado Policial Chino: El ojo omnividente de un gobierno totalitario que todo lo ve

 





A esta altura nadie ignora que «1984» la novela distópica de George Orwell describe el clima opresivo que domina Oceanía, un país dominado por el régimen represor de un gobierno totalitario que mantiene bajo constante vigilancia a sus ciudadanos e, incluso, insiste en espiar todos sus movimientos, fuera y dentro de sus domicilios, en las escuelas y las fábricas o lugares de trabajo, e incluso llega a controlar sus pensamientos para mantener el orden. Si bien se dice que en esta novela el escritor británico, un marxista disidente de ideología trotskista, denunciaba las medidas autoritarias puestas en práctica por dictaduras del siglo XX como las de Franco y Stalin. Sin embargo, en el siglo XXI, China  parece encarnar a la perfección ese Estado Policial descrito en la novela, mucho más que cualquier otro régimen totalitario anterior. Si el régimen totalitario estalinista estableció en la Unión Soviética un modelo de sociedad comunista que sustituyó la utópica «Dictadura del Proletariado» propuesta por Karl Marx por una férrea «Dictadura de Burócratas», el régimen totalitario chino ha ido mucho más lejos imponiendo un modelo de sociedad comunista dominado por una «Dictadura de Tecnócratas». Esta es la impresión que tuve luego de ver «China: ¿Estado policial o laboratorio del futuro?» el excelente documental realizada por la Deutsche Welle [DW]. 

Ni en la exURSS ni en la actual China el comunismo ha sido una liberación para el obrero, sino su más perfecta forma de reclusión que lo obliga a vivir dentro de la cárcel ordenada de un Estado Policial que todo lo vigila, que todo lo ve, que controla, a través de la tecnología digital, cada movimiento, cada paso que cualquier ciudadano chino da dentro o fuera de su casa. Aunque no es exclusivo de ese país, en China tienen un sistema de vigilancia para ver qué hace cada ciudadano,  sus ciudades más importantes son altamente inteligentes, tienen cámaras en todas partes, los datos de cada ciudadano los controla el gobierno, por ejemplo, solo en Shangai tienen 29 mil cámaras en las calles que permiten ver, controlar, registrar, todo lo que hace cada uno de sus habitantes, desde la hora en que se conecta a una red social, el tiempo que no se conecta, con quienes se comunica, qué publica en sus perfiles, con quienes interactúan, todo por medio del celular que además está interconectado con todos sus electrodomésticos, informando qué alimentos están en buen estado en su heladera o avisando cuáles están próximos a su fecha de vencimiento, recomendando que se consuman antes de que no puedan aprovecharse, etc. Todos los habitantes de la ciudad están registrados, se saben sus edades, se conocen sus rostros, se siguen todos sus movimientos, se tiene información sobre su salud, lugares de trabajo y a qué se dedica cada uno, porque todos están conectados al sistema de un enorme centro de vigilancia que se denomina «El Cerebro» pero que, por sus características, recuerdan el ojo omnividente del «Gran Hermano». 

El denominado «Cerebro» es el nombre del sistema de vigilancia más grande del mundo, localizado en Shangai. Se trata de un proyecto impulsado por el gobierno que planea imponerlo en todo el territorio. Este sistema de operativo funciona las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, el ojo omnividente del «Gran Hermano» chino jamás se duerme, nunca se cierra, permanece despierto vigilando a los ciudadanos todo el tiempo. El secreto está en su algoritmo finamente diseñado para detectar y prevenir cualquier situación indeseada por la dictadura china, que enseguida censura las protestas de sus disidentes, detecta al «mal ciudadano» que no lleva un tapabocas o incluso el imprudente obrero industrial que no se ha puesto el casco de protección. Las cámaras de «El Cerebro» están preparadas para captar de inmediato cada interacción que los ciudadanos realizan en la ciudad, todo en tiempo real. El plan orwelliano de China para monitorear, controlar, premiar o castigar el comportamiento de sus ciudadanos es construir lo que se ha llamado «la red de videovigilancia más grande y más sofisticada del mundo». El Estado policíaco chino recopila cantidades gigantescas de datos y los ciudadanos participan voluntariamente pues para aquellos que aceptan colaborar y respetan las reglas hay ofertas y recompensas. En 2017 ya habían 170 millones de cámaras de circuito cerrado desplegadas por todo el país para vigilar a sus 1.300 millones habitantes. En aquel tiempo se calculaba que para los próximos tres años, es decir, para 2020, iban a instalarse unos 400 millones más.

El sistema de vigilancia chino es tan eficaz que tienen un programa que se llama «algoritmo de reconocimiento facial omnipresente» puede fácilmente identificar un rostro en medio de enormes multitudes. La pandemia trajo planteó un gran problema cuando el sistema dejó de funcionar cuando no pudo reconocer ningún rostro porque iban cubiertos con barbijos. De inmediato se puso en marcha el diseño de un «algoritmo de reconocimiento  facial con barbijo» por lo que ahora ningún rostro queda sin clasificar y etiquetar aun cuando lleve un barbijo o esté parcialmente cubierto por un tapabocas, porque el programa permite hacer reconocimiento facial tipo antifaz, o sea que reconocen el rostro aun cuando el individuo observado se cubra con un tapabocas, sin importar que apenas se ven solo sus ojos, las cejas, la frente o los pómulos, porque pueden detectarlo hasta por la forma en qué miran, de modo que el sistema los identifica y ya saben quién es, en qué trabaja, cuánto dinero tiene en el banco y que le gusta hacer, etc. Naturalmente, este es el sistema de espionaje más invasivo porque no respeta ninguna privacidad ni hay libertades individuales o derechos humanos o derechos constitucionales que valgan. Organizaciones de derechos humanos como «Human Rights Watch» apuntaron que el masivo sistema de recolección de datos de la policía china «es una violación de la privacidad» y el sistema de videovigilancia apunta a seguir y predecir las actividades de los disidentes. China no tiene tribunales independientes y carece de leyes que protejan la privacidad. En China se acabaron las libertades individuales, el anonimato, la privacidad, el sistema de videovigilancia sabe con quién se reúne cada ciudadano, cuando entra y sale de su casa, si se mudó a otro distrito, si estuvo en el extranjero, el control de identidad es tan estricto y absoluto que la realidad sobrepasa la distopía orwelliana. 

El Estado Policial chino tiene el control total de sus habitantes, de tal forma que si un ciudadano no arroja los residuos en los contenedores de basura, si estaciona mal o comete cualquier tipo de infracción, el sistema de vigilancia enseguida lo identifica y van a su domicilio a arrestarlo o le llega la multa por correo. Además de las 29 mil cámaras en la calle, los vigilan por el celular, la computadora o la televisión, nadie se escapa, la protección de datos personales se acaba con este sistema. Cuando el sistema reconoce un rostro marcado como sospechoso, se envía una alerta a una sala de control e, inmediatamente después, a la policía. A la policía solo le dan la orden de arrestar a determinado ciudadano y les llega a su dispositivo la falta que cometió y en donde vive, la idea del estado vigilante a nadie le gusta, pero nadie hace nada. Al contrario, muchos se sienten cómodos, a gusto, porque aun cuando saben que el gobierno vigila su vida privada, eso les hace sentir seguros. Según las autoridades, este impresionante sistema de videovigilancia sirve no solo para evitar el crimen, sino también para predecirlo. El problema es que «crimen» es un adjetivo que se utiliza como un comodín para calificar toda clase de acto que al Estado le parezca indeseable o peligroso para el orden social que la «Dictadura de Tecnócratas» está construyendo. Pero eso no es todo. Muchas de esas cámaras están equipadas con inteligencia artificial. Algunas pueden reconocer rostros, otras pueden descifrar la edad, la etnia y el género de las personas e incluso saber cuáles son sus ideas políticas o creencias religiosas, por esta razón, los musulmanes uigures son los principales candidatos a ser «reeducados» en centros de detención que son verdaderos campos de concentración y a los que nadie siquiera puede acercarse, mucho menos observar ni tratar de indagar que hay detrás de esos muros. 

Los problemas éticos que este sistema de videovigilancia plantea son varios: ¿A quién le pertenecen? ¿Quién puede usarlos? ¿Puede obligarse a un ciudadano a cooperar, aún en contra de sus valores, principios morales, creencias religiosas? ¿Se puede aceptar que los burócratas y tecnócratas definan cuáles son las normas correctas y cuáles las incorrectas? ¿Qué ocurriría si un sistema de videovigilancia como el chino se aplica en países democráticos? Lo más probable es que ningún ciudadano podría votar de forma independiente, ya que su voto estaría monitoreado por el sistema de videovigilancia que sabría en tiempo real a quién, cuándo o dónde ha votado o si no ha cumplido con su deber cívico, etc. No cabe duda que China se ha puesto a la vanguardia mundial en el desarrollo tecnológico de sistemas digitales de vigilancia policial y espionaje. Aunque parezca paradójico, a los ciudadanos chinos no les preocupa, los entrevistados se sienten orgullosos de este progreso y seguros.  El mundo que la novela «1984», describe en 1948, China lo está viviendo actualmente. La sociedad china es una cárcel ordenada y vigilada por  esa suerte de «Gran Hermano», denominado «El Cerebro», el ojo que todo lo ve. Con la excusa de que este sistema de videovigilancia permite perseguir y atrapar a los delincuentes, también se persigue a los disidentes políticos que de manera preventiva como arbitraria puede ser calificado de «precriminal», «terrorista» o «extremista». China pretende construir un «ciudadano obediente», controlado y público, de quien el Estado Policíaco no ignore nada sobre su vida, por eso el nivel de inversión e innovación planificada de las empresas chinas y de sus padrinos políticos en ámbitos como la inteligencia artificial, el 5g, el Big Data, las tecnologías de reconocimiento facial o la informática cuántica tiene las dimensiones sobrecogedoras de un futuro distópico, solo que está ocurriendo ahora, en nuestro presente, en el momento mismo que escribo esta nota. 


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